domingo, 27 de febrero de 2011

Los guiris, esos maravillosos seres...

Trabajar con guiris da muchas satisfacciones. En serio. Y también algún que otro cabreo, claro. En la costa española abundan los ingleses y alemanes sobre todo, pero según el sitio concreto y la época del año se pueden encontrar decenas de nacionalidades, desde los tradicionales franceses e italianos hasta los procedentes de los países del Este. A todos me los conozco como si los hubiera parido. A los españoles los dejo para otra ocasión porque merecen un post aparte, lo juro.
Cuando se trabaja con turistas extranjeros es evidente que el dominar cuantas más lenguas mejor es una gran ventaja, aunque si te defiendes en inglés ya tienes mucho avanzado, ya que casi todo el mundo se desenvuelve en éste idioma. O casi, porque en cierta ocasión a mí casi me arranca la cabeza un ruso de metro noventa pensando que me había reído de su novia, mujer o lo que fuera, y todo porque la señorita pedía insistentemente un "Tschey" y nadie el el bar se enteraba de lo que estaba pidiendo, que no era otra cosa que un Té, pero con la pronunciación propia de la tundra siberiana, supongo. El caso es que la palabra inglesa "Tea" en los labios de aquella rubia mostrenca una y otra vez y en cada ocasión más enfadada, no facilitaba el entendimiento, más bien producía bastante hilaridad que disimulábamos como buenamente podíamos. Por suerte, tras un poco de mímica haciendo el gesto de mover una cucharilla y tal, descubrimos lo que quería. De ésto ya hace años, y todavía no se si el té lo estaba pidiendo en ruso, en inglés o en algún otro idioma, porque ahora que lo pienso, ni siquiera sé si eran rusos, checos, albanos o Rominapowerinos (Qué bien traído el chiste, eh? parezco Buenafuente).
Anécdotas de éstas hay tantas que seguramente terminarían aburriendo al personal, pero hay mucho más material del bueno, lo que no sé es si habrá tiempo para contarlo...

Paco! otra caña !!!

Ah!, quien no haya trabajado de camarero no se puede imaginar lo estresante que puede llegar a ser, hasta el punto de que un servidor, llamadme Paco, necesitado de una válvula de escape y sin posibilidades de costearme un psicólogo (y sin mucha fe en que eso fuese a ayudar en algo) ha decidido empezar a volcar aquí en este humilde blog todas las miserias y grandezas (ya veremos en qué proporción) que día a día nos brinda esta sufrida profesión.
Ni que decir tiene que agradeceré cualquier comentario, especialmente los bienintencionados, pero si no os gusta lo que leéis, no pasa nada, dadme caña, estoy acostumbrado.
Abróchense los cinturones, porque la barra de un bar da para mucho.